Una vida cobarde


Ermer se sintió toda su vida un cobarde . Las razones que respondían a la percepción de si mismo no eran otras que las de su forma de vivirla. De pequeño , Ermer había intentado romper con sus ataduras familiares pero como rebelde había durado realmente muy poco. Ya desde sus primeros pasos encerrando a aquella maestra en el WC que le comportó la expulsión su docilidad empezo a domesticarse. Luego a diferencia de sus hermanos , Ermer fué severamente castigado con golpes que todavía hoy a sus 62 años recuerda y con castigos ejemplares que lo dejaban encerrado en casa cuando sus hermanos se recreaban . Una de las muchas razones que apretaba todavía más contra su ira llevó a su padre a enviarle a una escuela religiosa , de aquellas que se saludan en francés al entrar y que absolutamente todas las miradas se vuelcan en el comportamiento de uno. La sensación de asfixia de Ermer era enorme , incluso ese día que movido por la rabia se lanzó en casa de su abuela contra el labavo y se abrió la barbilla . Aplacar ese odio a todo aquello que exigia que fuese controlado, dictaminado, ergido, como propósito de las reprimendas que lo diferenciaban de sus hermanos y hermana ocasionó un verdadero calvario de dolor, sufrimiento, y soledad. Sus veranos en la torre se limitaban a vivirlos cerca del pozo que tenían la casa de sus abuelos , viendo como la calle desierta le despertaba ensoñaciones y aventuras imaginarias que le devolviesen algo de paz consigo mismo. Ermer no era un niño feliz a los 12 años y prueba de eso fué aquel dolor de barriga insoportable que le vino y que pidió que le calmaran a sus padres una y otra vez. Ellos una vez vencidos por la insistencia después de unos días decidieron llevarlo a ver el doctor Figarola Pere , quien le diagnosticó una oclusión intestinal . Sin embargo eso no removió ninguna conciencia a sus padres , todo lo contrario le apuntarón a los boy scouts que con el rigor y la disciplina nuevamente conviertieron a Ermer en un adolescente sumiso , vexado por los demás compañeros, ridicularizado por el bulling permenente que le ejercian. Esa imagen que Ermer tenía de si mismo llevó entonces a un nivel de autoestima bajísimo y la resignación y el silencio se apoderaron de toda su condición . Nada devolvió cierta esperanza de recuperar su dignidad y su carácter perdido, más bien apareció un estoicismo aguantando el sufrimiento en las clinicas , las numerosas pruebas médicas que se vió sometido hasta encontarle la Enfermedad crónica de por vida , o los campamentos llenos de mosquitos que le acribillaban a picaduras y le envolvian en un alo de tristeza permanente. Nunca los estudios le sirvieron para recuperarse de nada todo lo contrario , Ermer asistia a las sesiones dominicales de cine donde las películas dobles le situaban en un mundo de fantasia . Puede que cuando empezó a sentirse más autorizado fuese cuando algunos profesores se fijaban en él y le decían que tenía talento para muchas cosas. Ermer siempre supo que su madre era una mujer posesiva que castraba todo lo que hacía con sus remilgos y que su padre era un hombre severo y exigente con todo . Todavía a sus 62 años recordaba las veces que su padre le había reprendido por no entender sus mismos criterios .

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