Hay quien nunca ha navegado y si lo ha hecho sólo ha sido un simple paseo en barco. Sea en bote , barquita, el hecho de navegar nos sirve metafóricamente para hablar de la existencia nuestra. Un filósofo como Remo Bodei en algunos de sus libros utiliza esta idea para situar el acontecimiento existencial en una ruta por la cual trazamos nuestros rumbos, sea acompañados o en soledad. Si seguimos con la metáfora nos encontramos con el barco, que puede entenderse a modo de caparazón de madera, metal, fibra, y un navegante o piloto que conduce escogiendo la ruta deseada. Está claro que nadie al salir del puerto no lleva un mapa de la travesía, o una hoja de ruta, o unas coordenadas por las que guiarse. Seran importantes los instrumentos de navegación, la maquinaría que lleva el barco, así como la tripulación que se sube para realizar a lo largo de todo el viaje la navegación. Sin embargo navegar no resulta nada fácil puesto requiere que el piloto o capitán sepa hacer frente a las adversidades como las tempestades, las inclemencias, las circunstancias, sea dentro o fuera del barco. Navegar requerirá de un aprendizaje previo para estar preparado a nivel técnico y a nivel humano frente a esa navegación misma. Llevar una tripulación u otra será de suma importancia puesto que determina a veces un posible naufragio en alta mar o una plácida navegación. Esos acompañantes en el viaje casi son de vital importancia para que el viaje se realize de una buena o mala manera. También hay que decir que a veces requerirá lanzar por la borda el lastre y soltarlo cuando nos está molestando o entorpeciendo demasiado nuestra ruta. Son decisiones difíciles de tomar y nada fáciles. El piloto se puede preguntar por si su decisión es la adecuada, es la justa, es la conveniente para él mismo y su ruta y para el resto de la tripulación. En ese ejercicio moral o ético al entrar en el dilema entre su voluntad como piloto y su razón como capitán actuará siempre sabiendo que sus consecuencias al lanzar al mar los despojos o los lastres dejaran una huella , una marca, un residuo que irá a parar al fondo del mar y contaminará seguramente el océano para el resto de barcos que navegan. La travesía avanza a lo largo del tiempo y los años de navegación con las inclemencias que sean dejando atrás puertos, lugares, escalas donde ha pasado y ha tomado por unas horas su momento de reposo y avituallamiento. Al final la ruta deberá llegar a un puerto para quedar instalado para siempre , una Itaca o un Paraiso Perdido , un Eden o un lugar donde descansará . En el momento que el piloto ve acercarse a ese punto final ha soltado lastre y sabe que debe seguir abandonando muchas cosas todavía , objetos, sujetos, para llegar ligero de equipaje casi desnudo como decía el poeta , como los hijos de la mar. Entonces sabe que está solo , absolutamente solo porque en la navegación el silencio se ha ido apoderando de su existencia , la soledad se ve frente a frente en esa navegación de observarse como su proa, su popa, su escora, sus mástiles, sus bodegas , van quedando sin provisiones, añejas, rotas, agrietadas,desgastadas por el tiempo, inservibles, — El piloto advierte su final de ruta, encuentra en los cantos de las sirenas un mar oscuro, lleno de una niebla espesa, de una falta de aliento en su pilotar . Advierte entonces su final y mira como a lo lejos se muestra el destino.