Siendo niña aprendí a amar la belleza. Todas las flores me parecían elegantes pero siempre hubo una que me enamoraba más : la amapola.
En los prados alrededor de mi vieja cabaña el verde quedaba roto por algun rojo amapola. Con sus pétalos y sus estambres negros parecía reirse los días de viento para recordar lo maravilloso que era estar siempre destacando entre la hierba .
Mis tardes eran algunas de ellas para ejercitar con la mirada ese inmenso placer de simplemente sentir como bailaban ellas . A veces me dejaba caer sobre ellas y olía a flores de verdad . Así al volver a casa mi cuerpo recordaba vivir en un mundo lleno de belleza .