El Mal insiste. E insiste porque cree que Dios está de su lado. Los genocidios —iba a escribir los grandes genocidios, pero no hay genocidio que no sea monstruoso— siempre se perpetraron en nombre de nuestras mejores palabras. De ahí que la tentación sea la de arrancar el mal de raíz. Frente a la venganza, la reconciliación no puede evitar el temor de que aquellos que son indultados vuelvan a la carga. Para que no lo hicieran tendrían que haber dejado de creer en lo que creyeron. Y ya se sabe que el martirio es una vocación. Literalmente. Pero donde apuntamos a la raíz, el mal simplemente cambia de bando. La paz debe pagar el precio de la desmovilización y, por tanto, de la increencia. Ahora bien, un mundo sin fe es un mundo de bolas de billar, un mundo en el que los hombres se limitan a reaccionar, en…
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