por eso hay que buscar ese desierto propio para encontrarse en paz con el cristianismo de Jesús
Como saben los místicos, Dios es un Dios del desierto. Basta con pasarse unos cuantos días solo para caer en la cuenta de que no somos el centro del mundo. La experiencia de que existimos cubiertos por un inmenso silencio quizá sea una experiencia terminal. Podríamos decir que el silencio de Dios —un silencio que roza la nada de Dios, si no coincide con ella— es un punto de convergencia entre las múltiples sensibilidades religiosas. Sin embargo, las diferencias entre estas surgen, no tanto cuando tenemos presente las diferentes vías de acceso a ese silencio último, sino cuando vemos como se sitúan ante él sus creyentes o, mejor dicho, que hacen a partir de él. En este sentido, no es casual que el desierto y sus tentaciones se sitúen en el evangelio de Mateo al comienzo y no al final. El Jesús del desierto, a diferencia del Buda bajo la…
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