una vida examinada


la modificación

El ideal socrático del dominio de sí tiene su miga, pues exige, de algún modo, estar por encima del propio deseo. Esto, de por sí, es algo muy extraño, cuando menos porque de entrada nos identificamos con aquellos deseos que pretenden garantizar nuestra felicidad. Pero un deseo siempre promete lo que no puede dar. La felicidad no es tanto un estado de satisfacción como un saber vivir. Y uno comienza a tomarse en serio a sí mismo —comienza a saber de qué va esto del vivir—, cuando es capaz, al menos, de vislumbrar la diferencia entre desear y querer. Pues, fácilmente sabemos qué deseamos, pero no lo que queremos. Siempre deseamos aquello que podemos alcanzar, aunque sea, por lo común, pagando un precio. Pero lo que exige ser amado es, de por sí, algo que no cabe poseer. De algún modo, siempre se encuentra más allá de donde nos hallamos…

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