Permítame hablarle de esa experiencia cercana a la que yo oí de voz de un chaval de 14 años que ingresó en Mauthausen con su padre. Alcubierre que así se llamaba de apellido nos explicó como era sometido junto con otros chavales de su edad a ese trato de desprecio del que habla en Franz Stangl.
En su relato impactante nos sorprendía después de más de 40 años como parecía totalmente vivo todavía , presente en su memoria como si se tratase de un relato permanente y grabado para siempre en su piel. Como el número grabado que llevaba para identificarle en el campo de Mauthausen (Austria). Alcubierre hablaba de desprecio , de humiliación , de abandono de uno mismo a pesar de sentir que eran jovenes que se los llevaban a trabajar a la población de Mauthausen para reparar y trabajar en unas fábricas cercanas al campo. No había nada en común, tal como usted relata esos pequeños roedores «lemmings» parecen decidir que cuando la especie puede ser expuesta ella misma a la posibilidad de plaga , deciden autoinmolarse , suicidándose. Es una experiencia de abandono , de librarse … En este sentido padre hoy creo que existe ese desprecio precisamente porque no hay un otro , un enemigo a batir, un desigual, un indiferente…La pretendida diversidad o diferencia vuelve a los hombres y mujeres como seres que se ignoran y en esa ignorancia existe ese desprecio que Stangl habla…
Gitta Sereny—¿Cuál es la diferencia, según usted, entre el odio y un desprecio que lleva a considerar a la gente como «cargamento»?
Fran Stangl—No tiene nada que ver con el odio. Estaban tan débiles. Permitían que todo aquello sucediera, que se les hiciera. Eran personas con las que no había nada en común, ni posibilidad de comunicación. Así es como nace el desprecio. Nunca pude entender cómo cedían como lo hicieron. Hace poco leí un libro sobre lemmings, ya sabe, roedores… al parecer, cada cinco o seis años, se aventuran hasta el mar y mueren. Me hicieron pensar en Treblinka.