Las cuestiones que, desde el lado del sufrimiento de los hombres, podamos plantearnos sobre Dios no admiten una respuesta humana. Esto es, la perplejidad de Job —el estupor creyente— no se resuelve como un saber acerca de Dios. Y no porque Dios sea algo que nunca acabamos de conocer del todo —no porque nuestras capacidades para contener a Dios sean, ciertamente, limitadas—, sino porque, quien se encuentra sometido a la realidad de Dios, comprende, casi me atrevería a decir que corporalmente, que tanto la Belleza como el Horror —tanto la bendición como la maldición— son las dos caras de una y la misma trascendencia. Pero solo porque Dios se encuentra más allá de la Creación como el silencio que la cubre por entero —solo porque Dios es el Señor del Bien y del Mal como dirá Isaías—, el clamor de quienes sufren lo indecible puede revelarse como la voluntad —la…
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