Desde su Bar Mitzvá, el prisionero había desaprendido el lenguaje religioso y seguro que nunca habría consentido llamar religiosa a su existencia. Sin embargo, tenía el signo de tal. Una condición sin mundo exterior, ninguna relación con ese conjunto de reglas y de costumbres fijas que llamamos civilización. El individuo, ante un futuro lleno de incógnitas y amenazas, sin recurso humano alguno: ¿no es ésta una soledad con Dios, aunque por orgullo o prejuicio no se atreva uno a pronunciar su nombre?
Emmanuel Levinas